“La primera vez que hablé con él, mi impresión fue que se trataba de un pobre diablo necesitado de atención. Me parecía tan triste y patético que obtenía un perverso placer en escucharlo. De algún modo, me hacía sentirme mejor y me proporcionaba cierto alivio. En otras palabras, había gente que vivía situaciones mucho peores a la mía. Gente que ocupaba un lugar en la escala social claramente inferior, gente frustrada en todos los sentidos y sin ninguna clase de futuro. Gente a la que el único placer que la vida les había dejado era fanfarronear sobre éxitos inexistentes con las mujeres y acariciar la esperanza de que alguien se tragase sus alardes. No era mi caso. Yo lo escuchaba a causa de este depravado deleite sobre el que he hablado y, quizás, también un poco por compasión. A fin de cuentas, era un animador turístico y me pagaban por dedicar mi tiempo a fingir amistad, fingir alegría, fingir atención, fingir que me era indiferente rodearme de mujeres explosivas o del viejo borracho de turno, así como fingir muchas otras cosas que contribuyesen a alegrar las vacaciones a una pandilla periódicamente renovable de turistas. El Mellao no me pagaba con dinero, era un pobre infeliz y no hubiese podido hacerlo, pero ¿qué me costaba a mí fingir un poco de credulidad para alegrarle el día? El único peligro es que se aficionase demasiado a relatarme sus quimeras y no pudiera quitármelo de encima, pero mi tiempo estaba tan solicitado por la gente que me rodeaba que dicha posibilidad no era realmente preocupante. Dicho de otro modo: creía que vivía en una realidad relativamente estable cuya solidez nada, y mucho menos el Mellao, podría poner en entredicho. Sin embargo, mi realidad no tardó en estremecerse…”.
(Sex Code: El juego de la atracción. Páginas 20 y 21)
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Sunday, April 30, 2006
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